jueves, 7 de abril de 2011

PRIMERA GUERRA MUNDIAL

FLACSO / POSGRADO “IDENTIDADES Y PEDAGOGÍA”

INTRODUCCIÓN CLASE 5 por Javier Trímboli

Estamos analizando novelas de la primera guerra mundial o la Gran Guerra, como se la conoció hasta que las tropas nazis invadieron Polonia en septiembre de 1939.

Una de las novelas es Viaje al fin de la noche de Louis-Ferdinand Céline.

Bien valdría recordar que para el historiador inglés Eric Hobsbawm con la primera guerra mundial se inicia, demoradamente, el siglo XX. Ni la Revolución Rusa de 1917, ni el ascenso y la consolidación del fascismo en Italia entre 1922 y 1926, ni el del nazismo en Alemania en 1933 pueden ser entendibles, según su parecer, sin el derrumbe civilizatorio que produjo esa guerra; derrumbe de una civilización, la del siglo XIX, que entre sus rasgos sobresalientes contaba con el de la creencia en el valor de las palabras y la racionalidad.

La Gran Guerra es un hecho histórico fundacional para pensar la relación entre imágenes y transmisión.

Es conocida la observación -una poderosísima imagen- que el pensador alemán Walter Benjamin construyó a propósito de esta guerra, más precisamente de su finalización:

"Se pudo constatar que las gentes volvían mudas del campo de batalla. No enriquecidas, sino más pobres en cuanto a experiencia comunicable."

Y durante esa guerra murieron millones de hombres y fueron también millones los que volvieron a sus hogares, o a lo que había quedado de ellos. Pero esta vez, a diferencia de otras muchas guerras -en el argumento de Benjamín, a diferencia de todas las guerras anteriores, desde Troya hasta las napoleónicas-, volvieron mudos, sin experiencias dignas de transmitir a sus congéneres, sin haber adquirido chispazos de sabiduría para transmitir a sus hijos.

Las calles de las principales ciudades europeas empezaron a contar con la presencia pasmosa de heridos de guerra que, luego de la situación atravesada, no sólo habían perdido un brazo o una pierna.

Es a propósito de la guerra de 1914 que se produce una seria torsión y una extraña clausura en el orden de las palabras. Torsión y clausura que venían de lejos, pero que allí se condensan, y que son responsables de la mudez que advierte Benjamin como grado cero de la transmisión.

La que probablemente sea una de las novelas más importantes del siglo XX le debe mucho a la vivencia de la Gran Guerra.

Louis-Ferdinand Céline fue uno de esos soldados que estuvo en el frente de batalla, que sobrevivió y que, según Benjamin, volvió mudo.

En su novela Viaje al fin de la noche; el principal personaje es Bardamu,(o sea él mismo) un joven que se transforma en soldado, y nos queda esta imagen:

Dice Bardamu: “En cuanto al coronel, no le deseaba yo ningún mal. Sin embargo, también él estaba muerto. Al principio, no lo vi. Es que la explosión lo había lanzado sobre el talud, de costado, y lo había proyectado hasta los brazos del caballero de a pie, el mensajero, también él cadáver. Se abrazaban los dos de momento y para siempre, pero el caballero había quedado sin cabeza, solo tenía un boquete por encima del cuello, con sangre dentro hirviendo con burbujas, como mermelada en la olla. El coronel tenía el vientre abierto y una fea mueca en el rostro. Debía haberle hecho daño, aquel golpe, en el momento en que se había producido. ¡Peor para él! Si se hubiera marchado al empezar el tiroteo, no le habría pasado nada.”

A los mensajeros, combatientes fundamentales en una guerra de trincheras (la traducción española nombra “taludes” en vez de trincheras; Adolf Hitler se desempeñó como mensajero durante la guerra y lo hizo de manera temeraria), nos explica el narrador que se los solía llamar en ese entonces “caballeros de a pie” y eran frecuentemente víctimas de los obuses, que los descabezaban.

Existen múltiples formas de referir a un cuerpo muerto o incluso a un cuerpo mutilado en un campo de batalla. Algunas prefieren ser elusivas, pasando por alto los detalles más gruesos; otras, por el contrario, se instalan cómodas en reconstrucciones naturalistas; también están las que se dedican muy poco a la representación de ese cuerpo, pero sí mucho a su valoración, marcando el sinsentido de una guerra, siempre repleta de muertes absurdas.

La experiencia que hace Céline/Bardamu de la guerra (o lo que se podría llamar, siguiendo a Benjamin, la “antiexperiencia”) lo conduce a la desacralización más completa de lo que una cultura -la cultura burguesa y nacional de final del siglo XIX y principios del XX-, consideraba valioso.

En Viaje al fin de la noche se impugna al pasado medieval o, mejor dicho, al uso que de él se hace con fines nacionalistas, pero a su vez, deteniéndonos en algunos pliegues de estos capítulos, podemos ir un poco más allá. Retomo esta lectura a partir de una afirmación tajante, seguida de inmediato por un par de preguntas otra vez inquietantes:

“Somos vírgenes del horror, igual que del placer. ¿Cómo iba a figurarme aquel horror al abandonar la Place Clichy? ¿Quién iba a poder prever, antes de entrar de verdad en la guerra, todo lo que contenía la cochina alma heroica y holgazana de los hombres?”

Porque Bardamu se enrola voluntariamente en la guerra, como otros centenares de miles, creyendo quizás que podría convertirse en héroe moderno. Apostado con un amigo en la terraza de un café en la Place Clichy, discutiendo sobre variados temas -el amor, la patria, la familia- y mostrándose siempre en desacuerdo - él casi un anarquista, su amigo un nacionalista conservador-, se deja impresionar por un desfile militar que recoge cuerpos y voluntades para la guerra recién desatada. Así Bardamu, contra la acción que sus argumentos dejaban prever, se suma a la guerra.

“Nunca había comprendido tantas cosas a la vez” escribe el narrador de Viaje al fin de la noche envuelto de lleno en la guerra. Y lo que comprende es “todo lo que contenía la cochina alma heroica y holgazana de los hombres”.

Céline, al poco tiempo de escribir esta novela que algunas veces es citada como una abanderada en la crítica a la guerra, se convirtió luego en un franco simpatizante de la aventura política nazi.

Ernst Junger que fue parte de las tropas alemanas que ocuparon Francia, lo conoció y se sintió repugnado por sus alardes de antisemitismo.